Creo que la amistad puede tener tantas formas como los grupos que existen, pero quizás podamos englobarlas en dos para esta nota: los que son felices con cada momento que comparten en privado y los que -buscándolo o no- trascienden a la vida pública. Ese último caso es el de unos amigos que construyeron una monarquía a 100 kilómetros de la Casa Rosada y tuvieron felices a todos sus súbditos. ¿Ya les parece insólito? Esperen, que todavía no leyeron nada.
El Reino de la Amistad fue una creación incluso anterior al Día del Amigo. Su primer origen lo podemos rastrear hasta el bar “El paro nacional” que inauguró Don Manuel Constela en 1935, ubicado en las actuales Libres del Sur y Soler, pleno centro de Chascomús. Como pasa en cualquier pueblo, llegaron los parroquianos y comenzaron a construir amistades que, por entonces, celebraban su día el tercer domingo de octubre.

La historia perfectamente normal empezó a tomar un rumbo peculiar para el décimo aniversario de la fundación, cuando Don Manuel fue denominado “Amigo de los amigos” por sus propios clientes. No conformes con eso, surgió la idea de formar un reino, gobernado -como no podía ser de otra manera- por Manuel I, Rey de Copas.
Pero hacía falta un castillo, ¿verdad? Eso fue lo que propuso Ángel Canatella, ministro de Relaciones Exteriores y jefe del Superior Ceremonial. Y la pequeña humorada empezó a llegar al zapatero, el barrendero, el carnicero, los hacendados y muchos otros vecinos, quienes terminaron aportando para comprar un terreno de dos hectáreas frente a la Laguna y llevar a cabo una construcción que llevó un año y medio.

Lo más sorprendente es que no se trataba de una cáscara vacía para sacarse fotos. “Te podés imaginar las grandes fiestas que había, porque había dos alas laterales: una era el comedor del rey, otra su dormitorio y después un gran salón con dos torres donde iban normalmente presos aquellos que se excedían en la cantidad de alcohol ingerido”, detalló quien se presentó desde nuestra primera comunicación como Jorge Seillant y Oroná, Barón de las Violetas de la Orden del Dedo Mocho, el cual supo ejercer el cargo de ministro de la Suprema Corte de Justicia e Injusticia.
A esta altura, todos se estarán preguntando cómo es que tenían un castillo y no existía una plaza de toros para el entretenimiento del monarca (claro… ¿no?) Y ahí también afloró el ingenio: Bebo Wales, asesor espiritual según la estructura de gobierno, era representante de la Ford en la Ciudad de Buenos Aires, así que aportó las cajas de madera de los vehículos importados que llegaban en barco para dar forma al predio con capacidad para 2500 personas. Las marcas que quedaron en el terreno aún pueden verse en imágenes satelitales.
Y por supuesto que hubo una corrida de toros, con toreros que venían de hacer un recorrido por Perú y Bolivia para pasar finalmente por la Argentina, grupos musicales españoles y ocho novillos comprados en Corrientes que llegaron hasta la estación Federico Lacroze en el ferrocarril Urquiza para luego llevarlos por ruta hasta Chascomús. La inauguración fue durante el caluroso 8 de enero de 1950, antes de la prohibición de este tipo de eventos a nivel nacional en 1954.
“Todo esto que ocurría fue una forma de vida muy especial y se basaba fundamentalmente en no temerle al ridículo, divertirse y festejar con amigos. Cada tercer domingo de octubre, esperado por todo Chascomús, juntaba 700-800 personas a almorzar. El primer plato era la sopa, porque al rey le gustaba. ¿Te imaginás servir sopa para 800 personas? Era complicado, pero se cumplía al pie de la letra”, recordó Seillant.

Fuera de todo este entretenimiento que atraía a vecinos y turistas -quienes también pudieron disfrutar de bailes, cenas y desfiles durante cerca de una década-, hubo aportes mucho más formales a la ciudad: una placa en la Capilla de los Negros recuerda que, tras haber sido derribada por el ciclón de abril de 1950, una de las instituciones que colaboró en su reconstrucción fue precisamente el Reino de la Amistad, permitiendo así su reapertura en noviembre de ese mismo año.
El final de esta parte de la aventura empezó en 1953, con el fallecimiento de Canatelli. Las instalaciones se vendieron a la Asociación Argentina de Boxeadores, luego pasaron a la provincia de Buenos Aires y finalmente a la Municipalidad de Chascomús, siendo incluso objeto de un proceso judicial.

Si bien varios integrantes del grupo ya quedaron en la memoria de sus amigos, en 2006 se volvieron a reunir, esta vez bajo las órdenes de Julio I, Rey de Copas de la Orden del Café y la Gaseosa. Esa vez ya no hubo toros, pero lograron agregarle un capítulo a esta inspiradora y entrañable historia. Al fin y al cabo, uno de los lemas del reino era: “Hemos hecho lo posible, pues lo imposible nos llevaría más tiempo”.
Los invito a ver la entrevista completa a Jorge Seillant que hicimos con mis amigos de Circo Romano, a quienes les dedico especialmente estas líneas, en el video que dejo a continuación:
Las fotos de esta nota corresponden a la segunda etapa y pertenecen a la colección de Jorge Seillant. Imagen de portada recreada con IA.
¿Dónde queda?
Chascomús queda a 125 km. de la Ciudad de Buenos Aires, a la vera de la Autovía 2.
El castillo está en el extremo norte de la Laguna, cerca del Aeroclub, a unos 6,5 kilómetros de la zona céntrica. Por lo que conté en la nota, no forma parte de la oferta turística oficial, así que rechacen cualquier propuesta de ese tipo. No ingresen a las instalaciones debido al deterioro de la estructura.
¿Cómo llegar?
- En automóvil: la vía más directa es tomar el ramal Hudson de la Autopista Buenos Aires – La Plata para continuar por la Autovía 2. El ingreso a Chascomús es por el kilómetro 122, en cercanías de la estación de servicio YPF. Para llegar al castillo pueden ir por las avenidas Presidente Alfonsín y Lastra, siguiendo luego por la costanera en sentido norte.
- En transporte público: tanto los servicios de la línea Roca Alejandro Korn – Chascomús como el de larga distancia a Mar del Plata (sólo el común) se detienen ahí. Como alternativa, los micros de Cóndor Estrella / Plusmar, Platabus y Unión Platense los dejan en la misma Terminal Ferroautomotora. Desde ahí, la línea 381 puede acercarlos hasta Hipólito Yrigoyen y Escribano para acortar la caminata (si logran combinar los horarios), pero igual sigue siendo considerable.



